Así en el cielo…

Cuando el sol se esconde y las criaturillas nocturnas comienzan su actividad, las estrellas y la luna reclaman su lugar en el firmamento.

Observar el cielo nocturno me hace sentir pequeño, insignificante en la inmensidad del universo. Las mismas estrellas que iluminaron a mis ancestros décadas, siglos o milenios atrás ahí permanecen para recordarme la fragilidad y la fugacidad de nuestra existencia.

En las ciudades, abarrotadas de farolas, carteles luminosos, vehículos en circulación, puertos y aeropuertos, humanas construcciones y monumentos necesitados de distinción apenas les queda a los astros rendijas por las que colarse. No hay estrellas en el mundo urbanizado. Quizá por ello cada vez somos más arrogantes, individualistas y pretenciosos.

Cada noche, antes de recogerme en casa, salgo a la puerta para observar el cielo. No siempre la noche está despejada, aunque la luna entre jirones de nubes es también una estampa digna de disfrutar. También hay noches de lluvia o de niebla espesa y entonces es la oscuridad opaca la que me remonta a aquellos tiempos en los que la puesta del sol significaba el comienzo de la incertidumbre.

Afortunadamente, con frecuencia lo que me encuentro a la puerta de casa es un espectáculo incomparable. Miles de estrellas suspendidas en la bóveda celeste, enviando su luz a través de la inmensidad.

Afortunadamente, en esta España interior, en esta Castilla olvidada, la contaminación lumínica no es comparable a la de los abarrotamientos urbanos y gracias a ello disfruto casi cada noche de un espectáculo gratuito, gratificante, grácil… un espectáculo que me recuerda quien soy.

En varias ocasiones, inquilinos de “La estación de Rabanera” y de “La estación del río Lobos” han aprovechado esa circunstancia para registrar con equipos más o menos sofisticados la maravilla que nos observa desde lo alto y que parece nos empeñamos en obviar.

Gracias a ellos podemos compartir aquí estas fastuosas imágenes.